El descontrol de la mente y la violencia cotidiana

Sabemos que la conducta humana proviene del esquema previo que el sujeto elabora y construye en su mente. Este es el enunciado fundamental que en el campo filosófico y pedagógico casi nadie se atrevió a contradecir desde Aristóteles a nuestros días. Quedarse en el análisis y pormenores de las conductas externas, describirlas y formular hipótesis y conjeturas acerca de por qué ocurren, tiene la desventaja de provocar la ilusión y la creencia de haber encontrado las soluciones. Muchas de las hipótesis que suelen proliferar ante un suceso conmocionante, vuelcan el peso de las responsabilidades a la familia, a la falta de valores, a los medios, al consumismo, a la falta de educación, a la situación económica.A pesar de la verdad que encierran, tales hipótesis no resultarían satisfactorias si se niega o soslaya el enunciado fundamental que nos dice que el problema y la conducta se gestan en la mente. Si los problemas se gestan en la mente, es en la mente donde se desatan y se reproducen con alta velocidad, hasta que por fin se trasladan a la conducta y al comportamiento. Si entre la imagen de agredir a otro y la ejecución de la misma no media en el individuo una conciencia reflexiva para impedir que tal imagen cobre vida y se traslade a la realidad, seguramente que la violencia cotidiana será una suerte de estigma social.

La perturbación mental que se observa en autores de delitos aberrantes y de actitudes reñidas con la convivencia, proviene del tipo de imágenes que dominan sus mentes. Sea para lavar el amor propio herido, para salir del anonimato, por venganza ante un disgusto, sea por el desplante recibido por portar tal idiosincrasia o modo de ser, por un acto injusto o por una broma mal interpretada, todo ello desencadena un juego de imágenes que perturban y obnubilan la mente, destemplan el razonamiento y anestesian la conciencia en quienes se encuentran indefensos y faltos de recursos mentales y emocionales. 

Ante una usina mental con semejante perturbación, es muy seguro que el desenfreno y la conducta violenta serán el epílogo natural de aquella alteración y penumbra. Así, metafóricamente, la mente se oscurece y no puede ver con claridad todo aquello que se vincula con los hechos cotidianos de cada individuo. En esas condiciones, las decisiones serán interferidas por imágenes de violencia y confusión.

La experiencia diaria individual nos muestra situaciones donde esto se verifica en situaciones aparentemente irrelevantes y en circunstancias que contienen un alto grado de impacto y que afectan y perturban la vida individual, familiar, laboral o social.

3 comentarios:

  1. Quiero preguntar qué se debe hacer para lograr resultados prácticos y no declamar soluciones como suele ocurrir en circunstancias desesperadas. Por ejemplo el caso de Once y tantos otros.

    ResponderBorrar
  2. Estoy de acuerdo con “anonimo”. Pregunto si el crimen del country de la madre que se suició después de matasr a su hijo tiene que ver con esto…

    ResponderBorrar
  3. Buenos días, trataré de responder a ambos.
    Este enfoque nos permite comprender las cosas que ocurren en nuestro entorno cotidiano. Lo primero que habrá que hacer es colocar a la educación en el centro de un nuevo debate social. No olvidemos que el tramo que va de la indiferencia (o aparente tranquilidad) a la violencia está compuesto por tramos de aburrimiento, de rutina, de desgano, de desencanto y desesperanza. La mirada sutil de los padres y educadores consiste en saber detectar tales tramos en la mente de los jóvenes y resolverlos con mucha creatividad, optimismo, esperanza y generosidad en cada momento de la tarea cotidiana.

    Esto requiere que los padres y maestros empiecen a enseñar de otro modo, a salir de la rutina de los aprendizajes y del facilismo que generan parálisis mental y un deterioro del clima interno en las escuelas y familias.
    Espero haber contestado sus preguntas, muchas gracias.

    ResponderBorrar