El origen de la entropía y del desorden social

Una hipótesis cognitiva 


Cuando una sociedad no encarna ni vive los valores básicos y esenciales de la convivencia y de la ética en la administración de sus proyectos, seguramente recurrirá al pernicioso hábito de declamar con cierta verborragia dichos valores y a postular recetas que, en el accionar cotidiano de sus integrantes, no se concretan ni ejecutan. Con este proceso declamatorio, y con su consiguiente desgaste físico y emocional, se inicia el desorden y comienza a transitarse el camino de la entropía y la desorganización. Pues la fantasía sobre lo que se debe hacer termina por neutralizar las decisiones y el accionar de cualquier proyecto. Este estado mental conlleva la falta de compromiso, que es, precisamente, el subterfugio para disfrazar con declamaciones, y por la vía del auto-engaño, la acción transformadora de la voluntad. 


Dado que la entropía es un proceso que afecta la dinámica de un sistema hasta ese momento estable, las posibles causas pueden ser detectadas según la naturaleza y características del sistema en cuestión. Consta por la experiencia que en las organizaciones y sistemas sociales la entropía es un estado que se gesta en los paradigmas, en los modelos mentales, en los procesos, actitudes y procedimientos que han quedado estáticos y sin evolucionar, al punto que pierden su vigencia reguladora en la dinámica y en la misma entraña de la convivencia social. 

Por eso, en los sistemas sociales la entropía y desorganización se presentan inicialmente bajo la forma de desinterés y apatía para transformar la vida personal y colectiva y de desidia por mejorar los procesos a ella ligados, en una amplia gama que comprende las emociones, la sensibilidad y el modo de pensar de los individuos y comunidades. Basta que se imagine que para lograr una meta es imposible hacerlo con sentido ético para que la ética desaparezca; basta que el desgano emocional y el desinterés dominen al sujeto, para que el lugar que deja vacío la acción acertada y honesta sea ocupado por el accionar de mentes astutas y oportunistas. 

Desde nuestra hipótesis cognitiva sobre el origen de la entropía en los sistemas sociales, ello nos lleva a indagar las actitudes y modelos mentales de los actores próximos y remotos y, a modo de hipótesis subordinada, el problema relacionado con los paradigmas de la educación. Dado que educar no consiste en un mero informar, sino en formar la mente para orientarla a un uso debido y a un grado de responsabilidad auto-impuesta, el sistema educativo como tal no debería desviarse de los parámetros conducentes al cumplimiento de la finalidad formativa del intelecto. 

Esto explica por qué la escuela, al perder su función reguladora por mantener modelos mentales rígidos y paradigmas sin evolucionar, mantiene procedimientos y procesos obsoletos sostenidos a través de una formalidad rutinaria que ulteriormente impactará en la vida e idiosincrasia social. Debido a la falta de formación y desarrollo del pensamiento crítico y creativo, se pierde la capacidad adaptativa para generar condiciones nuevas frente a los posibles cambios del entorno. Aquí surge el alejamiento de la sociedad de su punto de equilibrio que, llegado el momento, acelerará los procesos y condiciones de entropía antedichas. 

Como se puede observar, no se trata de la educación desde el punto de vista del sistema formal, sino de la mente educada, formada para actuar en función de un compromiso con los valores en dirección al fortalecimiento de los procesos que permitan que las conductas individuales y colectivas emerjan de manera fluida y natural. Esto se advierte claramente ante los problemas originados por modelos mentales y actitudes tendientes a desequilibrar las condiciones del medio ambiente y a afectar la calidad de vida, generando graves procesos de entropía 

Y cuando esta capacidad y compromiso actúan en red, según las competencias de cada sector, individuo o grupo, aparecerá la inteligencia social como un estado de bienestar y confianza. Desde esta inteligencia social, amalgamada en el compromiso y la responsabilidad por mejorar la vida y darle vigencia activa a los valores genuinos que tienden a la superación, bienestar y felicidad del ser humano, se podrán neutralizar los efectos adversos de las causas de la entropía, como serían la falta de visión orgánica de los recursos, la incompetencia y falta de idoneidad, las trabas institucionales, la corrupción y la ausencia de liderazgo. Sin una red de convergencia axiológica, se estarán gestando nuevas situaciones de desequilibrio del sistema social que, en algunos casos, podría llevar a situaciones de estrago, confusión y pesimismo. 

En tal caso, la formación de la mente dejaría de ser para algunos un lugar común y ambiguo y se convertiría en el camino efectivo para la inteligencia social, cuyo instrumento es encarnado en el valor inculcado en la propia familia y escuela. Por tal razón, el análisis de las causas próximas y remotas que inciden en el alejamiento del punto de estabilidad y equilibrio de la sociedad, coloca a la educación en un lugar central y prioritario, lo que no excluye conferirle una cuota indiscutible de responsabilidad. Pues permitiría a la mente lúcida de cada ciudadano prever y provocar saltos cualitativos promisorios para recomenzar nuevos períodos conducentes a afianzar procesos evolutivos de aprendizaje social.



Dr. Augusto Barcaglioni


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