Las violencias del pensamiento

Hipótesis cognitiva sobre la opulencia y la indigencia 


Sabemos que los tratados de sociología en general nos brindan abundantes teorías y enfoques acerca de la pobreza, la indigencia y la marginalidad y relacionan los factores y condiciones socio-culturales que provocan las mismas. Pero ello no es suficiente a la hora de encarar soluciones de fondo a los problemas complejos que derivan de tales estados. Es así como la explicación parcial y simplista de la violencia que hoy vivimos encuentra su lugar predilecto en el casillero de la pobreza. 


De los miles de pobres que observamos, probablemente muchos no lo sean en realidad. De manera inversa, de los cientos de ricos que observamos, sólo algunos lo son en realidad. Y esto no porque finjan y simulen sus respectivas situaciones de pobreza o de riqueza. 

La experiencia nos muestra, muchas veces de manera conmovedora y al punto de despertar admiración, cómo el estudiante de un barrio marginal o el padre asalariado son capaces de decidir realizar cada mañana una tarea en condiciones en que más de uno se hubiera quebrado y sucumbido. Por propia dignidad, y de manera valiente y decidida, no entran en el juego de la dejadez y de la cultura del lamento. Y haciendo las paces con la propia vida, valorándola y superándola aunque sea por pequeños tramos, pueden crecer. Esto no es pobreza… 

También la experiencia nos permite ver cuán desagradable y lastimoso resulta ser el estado de aquellos que creyéndose pudientes quedan sumidos en una pasividad sin progreso y en una pseudo-actividad sin producción. Esta situación de descenso hace indigno y humilla ante los ojos propios y ajenos a quien la padece. Esto no es riqueza, sino pobreza esencial... 

Es inherente a la dignidad de todo ser humano percibir la vida y el futuro como posibilidad de crecimiento para acceder a una vida con bienestar, con esperanza y sin frustraciones. Cuando la vida aparece paralizada y ansiosa de consumir el placebo del asistencialismo o del confort parasitario, emerge la pobreza esencial bajo el signo de la no-dignidad. 

Tanto el placebo asistencialista que ansía, no ya el pobre, sino el indigente que ya no puede ver, como el confort parasitario que consume el opulento, que tampoco puede ver, colocan a ambos en el umbral de la indiferencia ante los demás. Sea por necesidad en un caso y por frivolidad e inequidad en el otro, ambos ejercerán a su manera formas toscas y sutiles de violencia. Uno, con los temidos matices de la agresión física en cuanto al impacto; el otro con su hipocresía en cuanto a la respuesta reactiva de una violencia que no quiere aceptar en sí mismo. 

Y así como el subdesarrollo es un estado de la mente (L.Harrison), del mismo modo la pobreza, bajo la forma de indigencia, proviene de dicho estado. De allí que nuestra hipótesis cognitiva sobre la opulencia y la indigencia nos debería llevar a encarar de manera causal el problema de la violencia, la que no debe adscribirse sólo a la dimensión policial de la misma, sino abarcar también las formas sutiles de las violencias del pensamiento. 

¿Acaso no es violencia del pensamiento la imposición de estereotipos y moldes mentales para incentivar el consumo compulsivo de lo que no se necesita? 

¿Acaso no es violencia mental que la mayoría de las actividades humanas giren alrededor de la producción de sustancias, servicios, elementos herramentales y utilitarios para convertir la vida doméstica en una ilusión? 

¿Acaso no es violencia del pensamiento direccionar el comportamiento de las personas alrededor de una matriz alienante de consumo y, en casos de público conocimiento, hacer ostentación de lo que se cree poseer como valioso con el solo efecto de alardear sin dignidad? 

¿Acaso no es violencia que arrebata la autoestima cuando el docente no enseña a pensar con creatividad a quienes necesitan experimentar la sensación de la propia autonomía de pensamiento? 

Cuando la organización social y laboral gire alrededor de la dignidad y la superación humana, la mayoría de los individuos podrán tener en la sociedad un aliado para su propia felicidad. Por ahora, hay un trípode virulento y enfermo, constituido por la opulencia, la indigencia y la violencia que se alimenta a sí mismo y está al acecho. 


Dr. Augusto Barcaglioni


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